Sin duda alguna dadá fue el movimiento más radical de las vanguardias, pero no es posible concretar mucho más sobre él ya que el conjunto de las actividades, manifestaciones y publicaciones que realizaron sus miembros resultan contradictorias y problemáticas.
Autor: Javier Maderuelo
Cartel Mouvement Dada, s. a. [¿1918?]
Sin duda alguna dadá fue el movimiento más radical de las vanguardias, pero no es posible concretar mucho más sobre él ya que el conjunto de las actividades, manifestaciones y publicaciones que realizaron sus miembros resultan contradictorias y problemáticas. Los propios protagonistas fueron conscientes de ello y eludieron cualquier tipo de definición programática al enunciar ciertas frases, como: «Dadá no es nada» o «Dadá no significa nada»,(1) incluso algunos de ellos (2) se manifestaron en determinados momentos como «antidadás», lo cual era otra manera de ser dadaísta. Richard Huelsenbeck en la introducción del Dada Almanach comienza diciendo:
Hay que ser bastante dadaísta para poder adoptar una actitud dadaísta respeto al propio dadaísmo.(3)
La única posibilidad de saber qué fue realmente dadá es recurrir a la enumeración y descripción de todas y cada una de aquellas acciones y manifestaciones que la historiografía ha calificado de tales, acercándonos por extensión a un conjunto heterogéneo de actos, posturas y publicaciones de las que difícilmente podemos destilar un común denominador que haga inequívocamente reconocible la cualidad de dadaísta.
Esto se debe a diversas razones que esquemáticamente voy a exponer. Por un lado, la ausencia de un líder único y claro, como lo tuvo el cubismo con Picasso, el futurismo con Marinetti, o el surrealismo con André Breton. Artistas que con su obra, sus manifiestos o sus textos teóricos marcaron un camino que otros aceptaron y siguieron, mostrándose conjuntamente en exposiciones o actos públicos. Esto no quiere decir que en dadá no hubiera personajes con alma de líderes: Hugo Ball, Tristan Tzara, Johannes Baader (4), Francis Picabia o el propio André Breton. Todos ellos la tuvieron e intentaron ejercer su autoridad en su momento y ciudad, pero no lograron plenamente ofrecer una unidad de criterio entre todos los dadaístas.
Los movimientos de vanguardia afirmaron sus ideas y delimitaron sus posiciones a través de manifiestos en los que expusieron un programa, más o menos claro. El dadaísmo también produjo buena cantidad de textos teóricos y manifiestos explícitos, ahí están como ejemplo los siete manifiestos publicados por Tristan Tzara (5), pero de ellos no se destila un programa a seguir, ni el resto de los dadaístas se ajustaron a las ideas que propuso su autor, que solo le sirvieron a él.
Esto nos conduce a un segundo problema, la diversidad de los individuos que formaron el movimiento dadá. Ciertamente, todos los movimientos han experimentado el problema de tener que soportar el enorme ego de sus diferentes componentes y han sufrido el choque frontal de sus respectivos intereses, no siempre coincidentes, con los consiguientes conflictos derivados del liderazgo y la sumisión, pero en el caso dadá hay algunos matices que hacen que estos problemas adquieran perfiles más acusados. En primer lugar, la diferente procedencia de sus miembros, no solo nacional y lingüística, sino profesional, lo que hizo que el grupo fuera particularmente heterogéneo. No fue una agrupación de pintores o de poetas que defienden una particular interpretación de sus respectivas disciplinas, proponiendo un nuevo estilo o modo de trabajo, sino que se trató de activistas que desbordaron cualquier tipo de disciplina, llegando a negar o renegar del arte, de cualquier forma de arte, dando así origen a la idea (o al fantasma) del antiarte.
Esta situación pone el dedo en la llaga de su historicidad. Al no tratarse de un estilo que se puede reconocer por sus rasgos formales, y al no haber determinado unos recursos técnicos propios y específicos, las «obras» dadaístas no son fáciles de reconocer (por carecer de características comunes), incluso a veces no es fácil aceptarlas como tales obras de arte. Más bien ha sucedido que cada uno de los artistas dadaístas tuvo la libertad de servirse de las formas, los procedimientos, los modelos y los temas que en cada momento le pudieran interesar, resultando particularmente ecléctico el conjunto no solo de las obras, sino de los intereses intelectuales que las sostenían.
Otra manera de afrontar el estudio de dadá es intentar deshacer la enrevesada maraña de relaciones personales de amistad y, también, de antipatía que se fue tejiendo entre todos ellos. Aunque cada uno de los dadaístas estuvo en contacto con otros miembros de alguno de los grupos dadá y participó activamente en sus actos, no todos llegaron a conocerse personalmente. En buena medida esto se debe a la pluralidad geográfica de los grupos, ubicados en ciudades tan distantes como Zúrich, Nueva York, Berlín, Colonia, Hannover y París. Tal vez por eso, se establecieron infinidad de relaciones epistolares.
A pesar de estas dificultades de aproximación al fenómeno histórico, existió lo que se llamó un «espíritu dadá», pero, como todo ente inmaterial, el espíritu es escurridizo y, como los ectoplasmas, se puede manifestar o no en los hechos o en las obras. Ese espíritu dadá se resume en algunos conceptos que enunciaré a título de inventario: provocación, escándalo, irreverencia, subversión e irracionalidad.
La terrible presencia de la guerra en el momento de la fundación de dadá lastró su ideario con manifestaciones antibelicistas y antiburguesas, mientras que la distinta procedencia nacional de los miembros que formaron el primer grupo en Zúrich le dio desde el principio un carácter internacionalista y heterogéneo.
Desde el punto de vista filosófico, el dadaísmo rechazó el racionalismo y la lógica funcionalista sobre los que se apoya el pensamiento occidental, situándose contra el absolutismo y apostando por la abstracción y la descomposición del sentido, lo que condujo a valorar el azar y lo impredecible como norma.
Desde el punto de vista artístico, se aprecia una reivindicación de la libertad creadora y de la espontaneidad inventiva que se materializa en el recurso al primitivismo (6) y a las artes populares, al empleo de lo absurdo, lo grotesco, la ironía y el humor. Sus acciones tomaron un doble sentido: contra el arte, proclamaron una nueva idea, la del «antiarte», y contra la sociedad burguesa, oponiéndose a cualquier forma de utilidad práctica, al common sense y al principio de racionalidad. La desconfianza generalizada en la que cayeron condujo a un nihilismo que es más figurado que real, ya que los dadaístas fueron tenazmente activos y beligerantes, llegando a la sublevación política.
Desde el punto de vista formal recurrieron a la mezcla de géneros y a la superación de los límites convencionales entre las artes. Además, se sirvieron indistintamente de técnicas ideadas y desarrolladas en otros ámbitos estilísticos, como el cubismo, el expresionismo, el futurismo y la abstracción. Entre los procedimientos ajenos utilizados, podemos enunciar: la dislocación de las formas, el simultaneísmo y la iconoclasia que trasformaron y aplicaron tanto al lenguaje poético y plástico como a los propios actos vitales. Surgieron de allí algunos hallazgos propios, como el poema fonético, el lenguaje absurdo, ciertas aplicaciones del collage, los assemblages, determinadas formas del azar y cierto interés por el movimiento y por el ruido.
Dos procedimientos fueron particularmente reivindicados por los dadaístas: el simultaneísmo y el bruitismo. El primero, el simultaneísmo hunde sus raíces en la relatividad de la observación que había desarrollado el cubismo, ofreciendo imágenes simultáneas y fragmentadas tomadas desde diferentes puntos de vista, lo cual reclama un sujeto móvil, frente al contemplador estático, valorándose el interés que tenían los futuristas por el movimiento.
El bruitismo (ruidismo) tiene también su origen en el futurismo y se manifiesta en la producción de todo tipo de ruidos, golpes, gritos, risas, sollozos, silbidos y sonidos onomatopéyicos que, a su vez, reclaman una tipografía expresiva mediante la cual las palabras explotan en el espacio de la página.
Muchos dadaístas fueron poetas y escritores que se expresaron por medio de palabras tanto impresas como declamadas, recitadas y cantadas en las famosas y características veladas y actuaciones, precedentes de los posteriores happenings y performances. Por su parte los «artistas plásticos», más que obras pictóricas o escultóricas, produjeron collages, objetos, ilustraciones, fotografías, estampas y ediciones a la vez que colaboraron activamente en las acciones y recitales, declamando, actuando, bailando, haciendo música o ruido, en unos actos, las soirées, que protagonizaron junto a los poetas e indistintamente con ellos.
Todos, en conjunto, tuvieron una particular pasión por editar revistas, panfletos, manifiestos y proclamas, lo que ha hecho de estos materiales gráficos la parte más importante y sustancial de su legado artístico. No solo sabemos de aquellas actuaciones, exposiciones y provocaciones por estos documentos, sino que los propios documentos, con su tipografía, composición, ilustraciones y formas de presentación, se han convertido en las auténticas «obras» del dadaísmo.
Extracto de Dadá, de Javier Maderuelo, publicado por Ediciones La Bahía, 2016.
Notas:
1. Tristan tzara: «Manifiesto Dada 1918», en —: Siete manifiestos dada, Barcelona: Tusquets, 1972, p. 13.
2. Hugo Ball, Raoul Hausmann, Kurt Schwitters...
3. Richard Huesenbeck (ed.): Dada Almanach, Berlín: Erich Reiss, 1920, p. 3. Hay traducción al español, en Almanaque Dadá, Madrid: Tecnos, 1992, p. 3.
4. Johannes Baader se autoproclamó «Oberdada» del Club Dada Berlin.
5. Tristan Tzara: 7 manifestes dada (ilustrado por Francis Picabia), París: Éditions du diorama, s. a. Hay edición en español, en —: Siete manifiestos dada, ob. cit.
6. Volver al primitivismo de los pueblos africanos y oceánicos era una manera de regresar a un pasado anterior a la civilización que había provocado la sinrazón de la guerra.
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